Los domingos tienen fama de aburridos. Los comercios cierran, las calles respiran después de la euforia del sábado noche y las persianas esperan hasta pasado el mediodía para ser levantadas por algún que otro noctámbulo con las legañas pegadas y el aliento cargado. Los domingos son ese día insulso en el que visitamos a abuelos y suegros arrastrando los pies. En el día del Señor no cabe diversión posible, o al menos no para quienes desconocen sus espléndidas tardes en el barrio de la Latina.
“Esto es mucho mejor que salir un sábado por la noche”, es una de las frases más repetidas entre quienes se aventuran a tomar unas copas y unos pinchos a pleno sol en el barrio de los Austrias. La Latina engancha. Estos son algunos de nuestros sitios y experiencias favoritas para un domingo diferente:
1. Las tortillas del Buo (¡mmmmm!), buenas, bonitas y baratas:
Si has madrugado para recorrer el Rastro (si no lo has hecho te recomendamos que sacrifiques una noche de juergona para vivir esta experiencia 100% madrileña) y llegas a tiempo para comer -o planeas cenar- en La Latina tienes que pasarte por el Bu. En la plaza de la Cebada (calle del Humilladero), este animado local en el que suele ser difícil encontrar sitio ofrece una de las tortillas de patata más ricas, desconocidas y asequibles de la zona (el pincho tieso que te ofrecen en la afamada Juana la Loca cuesta 4 euros, aquí te llevas la tortilla entera recién hecha por entre 5 y 8 euros). En la carta hay hasta siete variedades diferentes de tortilla, todas bien rellenitas, jugosas y acompañadas de pan y mermeladas ‘gourmet’ (de pimientos caramelizados, etc). Nuestra favorita -sólo apta para auténticos comilones- es la de queso de cabra con cebolla caramelizada. Junto a una tapa más es una cena más que sobrada para dos personas. Si, después de todo, os pasáis pidiendo (lo que es bastante fácil porque el menú está lleno de tradicionales y generosas raciones a precios muy razonables) no os preocupéis porque en el local están muy bien preparados y tienen unos embalajes especiales para que os llevéis vuestra suculenta tortillita a casa y la repitáis al día siguiente para cenar. Saldréis de allí con el estómago lleno y la cartera feliz.
2. Vinos y molletes de jamón en un andaluz diferente: Casa Curro
El local de “las sillas rojas” -Casa Curro, en la Cava Baja- es uno de esos de los que se olvida el nombre pero se recuerda todo lo demás. Este andaluz modernizado decorado en un rojo vivo tiene una chispa especial. Apoyado contra la pared o sentado en una de sus características sillas podrás disfrutar de un estupendo vinito acompañado de los tradicionales molletes: bocaditos de pan tierno recién sacados del horno rellenos de delicias varias entre las que recomendamos la pringá y ese clásico que nunca nos traiciona, el jamón ibérico con tomate.
3. Pintxos vascos y Txacoli en el Txacolina:
Situado justo en frente de Casa Curro te toparás de bruces con uno de los locales con más éxito de la Cava Baja, el Txacolina. Si consigues encontrar un hueco para moverte sin que alguien te meta un codo en el ojo te animamos a que te atrevas con su ‘bomba’: una bola de puré de patata rellena de carne y bañada en salsa de champiñones que, por 5 euros, alcanza la categoría de plato. Acompáñalo de un Txacolí y te verás teletransportado a San Sebastián en un sorbo.
4. De terraceo: La Musa, cervecería San Andrés, Taberna Angosta y El Viajero
Si estás más por respirar el aire del otoño que por intimar con codos, espaldas y sobacos, puedes tomarte unas cañas o un tinto de verano al aire libre. La Musa, en la plaza de la Paja, es uno de nuestros sitios favoritos para hacerlo. Aunque el local es más conocido por su faceta como restaurante, lo cierto es que sus cañas de Paulaner y sus buenísimas raciones a 3 o 4 € lo hacen un sitio perfecto para tomarse una cervecita fresca.
Muy cerca, junto a la plaza de los Carros, la terraza de la cervecería San Andrés es una de las más concurridas de la zona. De cuando en cuando los dueños se descuelgan con alguna buena oferta (suelen ofrecerse sólo entre semana) que publican en la pizarra del bar -estad atentos porque las croquetas de este sitio merecen la pena-. Aunque los precios no son los más baratos de la zona, merece la pena. Eso sí ojito con dejar el bolso colgado de la silla o el móvil descuidado sobre la mesa si no queréis acabar el día en comisaría.
Si lo que queréis es una opción más tranquila os recomendamos la Taberna Angosta, en la calle Mancebos, que corre paralela por la izquierda a la calle que baja a la plaza de la Paja. Su oculta terraza descansa en un remanso de paz bajo una inesperada palmera acogida bajo la fachada de una pequeña iglesia. La oferta no es muy amplia -no tienen cocina, por lo que sólo encontraréis un puñado de tostas frías, pero ricas- y los precios tampoco son especialmente económicos, pero el lugar lo vale.
Una última opción al aire libre es la conocida azotea de El Viajero, que últimamente ha bajado los abusivos precios de las birras y se ha ganado nuestro visto bueno.
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